miércoles, 29 de octubre de 2008

Fragmenteando

"...M. Claude bernard estrujó todas sus posibilidades y se había llegado a la conclusión de que el cerebro segrega el pensamiento, como el hígado la bilis. Sin duda se llegaría a descubrir aquella segregación y a escribir su fórmula química de acuerdo con la distribución en exágonos inmortalizada por M. Berthelot. Cuando se supiera cómo se asociaban los exágonos de carbono para crear el espíritu, se habría escrito la última página. ¡Que nos dejen trabajar en serio! ¡Los locos al manicomio! Una hermosa mañana de 1898, un grave caballero ordenó al ama de llaves que no dejara leer Julio Verne a sus hijos. El grave caballero se llamba Edouard Branly. Acababa de renunciar a sus fútiles experimentos sobre las ondas para convertirse en médico de barrio. El sabio debe abdicar. Pero debe también reducir a la nada a los "aventureros", es decir, a la gente que reflexiona, que imagina, que sueña. Berthelot ataca a los filósofos "que se baten contra su propio fantasma en la arena solitaria de la lógica abstracta (he aquí una buena descripción de Einstein, por ejemplo). Y Claude Bernard declara : "Un hombre que descubre el hecho más sencillo sirve más a la humanidad que el más grande filósofo del mundo." La ciencia debería ser sólo experimental. Fuera de ella, no hay salvación. Cerremos las puertas. Nadie igualará jamás a los gigantes que han inventado la máquina de vapor. En este universo organizado, inteligible, y por lo demás condenado, el hombre debería mantenerse en su justo lugar de epifenómeno. Nada de utopías ni de esperanza. El combustible fósil se agotará en unos cuantos siglos, y vendrá el fin por frío y por hambre. Jamás el hombre volará, jamás viajará por el espacio. ¡Extraña prohibición la de la visita a los abismos marinos! Nada impedía al siglo XIX, dado el estado de su técnica, construir el batiscafo del profesor Piccard. Nada se lo impedía, salvo la preocupación del hombre de "mantenerse en su lugar". Turpin, que inventa la melinita, no tarda en verse recluido. Se desanima a los inventores de los motores de explosión y se intenta demostrar que las máquinas eléctricas no son más que formas de movimiento continuo. Es la época de los grandes inventores aislados, rebeldes, acosados. Hertz escribe a la Cámara de comercio de Dresde que hay que desanimar a los que investigan sobre la transmisión de la ondas hertzianas : no es posible ninguna aplicación práctica. Los expertos de Napoleón III prueban que la dínamo "Gramme" no dará vueltas jamás. Los doctos académicos no se molestan a causa de los primeros automóviles, de los submarinos, de los dirigibles, de la luz eléctrica (¡Un truco de ese dichoso Edison!). Pero existe una página inmortal. Es el acta de recepción del fonógrafo en la Academia de Ciencias de París : "En cuanto la máquina empieza a emitir algunas palabras, el señor Secretario Perpetuo se lanza sobre el impostor y le aprieta la garganta con puño de hierro. ¡Véanlo ustedes!, les dice a sus colegas. No obstante, para general asombro, la máquina sigue emitiendo sonidos". Mientras tanto, algunos espíritus gigantes, fuertemente contrariados, se arman en secreto, preparando la más formidable revolución de ideas que el hombre "histórico" haya conocido..."

Ricardo Ugarte de Zubiarrain. Collage nº 1 (C.A.P., 1972).

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