lunes, 29 de diciembre de 2008

Fragmenteando

"En primer lugar mencionaré a mi amigo y colega, el profundo y conmovedor escritor palestino Izzat Ghazzawi, con quien puede que discrepe en muchas cosas pero a quien considero, primero y sobre todo, una voz palestina comprometida, auténtica ventana a la dolorosa experiencia de los palestinos en el último medio siglo, un excelente escritor, un maravilloso ser humano y -si se puede decir- un querido amigo.
Habrá discrepancias, perspectivas diferentes, ideas diferentes entre nosotros. Nada más natural : hasta en la sociedad palestina es difícil que dos personas se pongan de acuerdo y en la sociedad israelí es muy difícil que dos personas se pongan de acuerdo. Pero sorprende comprobar cuántas zonas de acuerdo, de acuerdo parcial, existen entre el señor Ghazzawi y yo.
Los europeos bienintencionados, los izquierdistas europeos, los intelectuales europeos, los liberales europeos siempre necesitan saber, primero y sobre todo, quiénes son los chicos buenos y quiénes son los chicos malos de la película. En este sentido, Vietnam era muy fácil. Se sabía perfectamente que los vietnamitas eran las víctimas y los norteamericanos el bando de los malos. El apartheid era muy claro : se podía discernir con facilidad que el apartheid era un pecado y la lucha por la liberación nacional, por la igualdad y por la dignidad humana, un derecho. Por un lado, la lucha entre colonialismo e imperialismo, y, por otro, las víctimas del colonialismo e imperialismo. Es relativamente simple : es fácil decir quiénes son los buenos y los malos.
Cuando se trata de los fundamentos del conflicto árabe-israelí, en particular los conflictos palestino-israelíes, las cosas no son tan simples. Y mucho me temo que yo no lo pondría más fácil diciendo : éstos son los ángeles y aquéllos los demonios. Sólo hay que apoyar a los ángeles y el bien prevalecerá sobre el mal. No es tan simple, porque el conflicto palestino-israelí no es una película del salvaje Oeste. No es una lucha entre el bien y el mal, más bien lo considero una tragedia en el sentido más antiguo y preciso del término : un choque entre derecho y derecho, entre una reivindicación muy convincente, muy profunda, muy poderosa, y otra reivindicación muy diferente pero no menos convincente, no menos poderosa, no menos humana.
Los palestinos están en Palestina porque ésta es la patria, la única patria de los palestinos. Igual que Holanda es la patria de los holandeses o Suecia la de los suecos. Los judíos israelíes están en Israel porque no hay otro país en el mundo al que, como pueblo, como nación, puedan llamar hogar. Sí como individuos pero no como pueblo, no como nación. Los palestinos han intentado, a regañadientes, vivir en otros países. Fueron rechazados, a veces incluso humillados y perseguidos, por la supuesta << familia árabe >>. Se les hizo tomar conciencia de la manera más dolorosa de su << palestinidad >>; no fueron aceptados como libaneses, ni como sirios, ni como egipcios, ni como iraquíes. Tuvieron que aprender con dureza que son palestinos y que Palestina es el único país al que pueden aferrarse.
Curiosamente, los judíos han tenido una experiencia histórica un tanto paralela. Fueron expulsados a patadas de Europa. Así sucedió prácticamente con mis padres hace unos setenta años. Igual que los palestinos fueron expulsados a patadas primero de Palestina y luego de casi todos los países árabes. Cuando mi padre era niño en Polonia, las calles de Europa estaban cubiertas de pintadas como <<¡ Judíos, a Palestina !>>, y a veces menos amables : <<¡ Malditos judíos, a Palestina !>>. Cuando mi padre volvió a Europa cincuenta años después, las paredes estaban cubiertas de pintadas como <<¡ Judíos, fuera de palestina !>>.
Muchos europeos siguen enviándome fantásticas invitaciones para pasar un fin de semana de ensueño en un delicioso centro turístico con compañeros palestinos, colegas palestinos, amigos palestinos, para que aprendamos a conocernos, a gustarnos, a tomar una taza de café juntos, a darnos cuenta de que ninguno de nosotros tiene cuernos ni rabo, con el fin de que el problema desaparezca. Dicha actitud se basa en una idea sentimental, muy extendida en Europa, de que todo conflicto sólo es en esencia un malentendido. Un poco de terapia de grupo, un toque de orientación familiar y todo el mundo a vivir feliz. Pues bien, traigo noticias tristes : algunos conflictos son muy reales, mucho peores que un malentendido. Y también traigo noticias sensacionales : me temo que no hay ningún malentendido esencial entre judíos israelíes y árabes palestinos. Los palestinos quieren la tierra que llaman Palestina. Tienen razones muy poderosas para quererla. Los judío israelíes quieren exactamente la misma tierra por exactamente las mismas razones, cosa que entraña al tiempo un profundo entendimiento entre las partes y una tragedia terrible. Por muchos ríos de café que bebamos juntos no se extinguirá la tragedia de dos pueblos que reivindican -creo que con razón- el mismo pequeño país como su única patria en todo el mundo. Tomar un café juntos es maravilloso y lucharé por ello, especialmente si se trata de café árabe, que es infinitamente mejor que el israelí. Pero el problema no se va a solucionar tomando café. Se requiere algo más que café y entenderse mejor. Se requiere llegar a un acuerdo, a un compromiso doloroso. Y la expresión << llegar a un acuerdo, a un compromiso >> tiene una reputación nefasta en la sociedad europea. Especialmente entre los jóvenes idealistas, que siguen considerando que llegar a un acuerdo es oportunista y algo artero y oscuro que implica falta de coraje. No en mi vocabulario. Para mí la expresión << llegar a un acuerdo >> siginifica vida. Y lo contrario de llegar a un acuerdo no es idealismo ni devoción. Lo contrario es fanatismo y muerte ..."

Amos oz. Contra el fanatismo. Biblioteca de ensayo Siruela, 2003.

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